Por Edwin Carcache
Esa mañana de sábado el ambiente era perfecto. El amanecer se acompañó de una brisa que no molesta, simplemente distrae tus pensamientos. Pero saber que el aire, los árboles, la tierra eran los creadores de esa tranquilidad, he pensado para qué tocarlos, para qué moverlos, si Dios me los ha dado perfectos.
Pasaron dos horas, hasta que llegamos a ese pedazo de tierra que pertenece a mi patria, ni la música ni otras conversaciones interrumpían para seguir disfrutando de ese pueblo maravilloso conocido también como “el Diamante de la Segovia”. Era la Feria en aniversario al día mundial de la tierra, llamada “Agua, Bosque y humanidad: Juntos con la Madre Tierra” ahora tendría que trabajar en mis tareas.
Después de caminar y conocer más de Estelí, visité los stand de las organizaciones y algunas empresas. Más tarde, me dirigí a la casa de la cultura, donde una señora de estatura baja y de vos muy fina, me habló sobre las pinturas, la historia, y sobre cómo era el funcionamiento actual de esa casa cultural.
Al pasar las horas, almorzamos. El calor era insoportable, cada vez más personas, parecían hormigas visitando las exposiciones, unos contentos y otros aparentemente desanimados. El vendedor de paño rojo y la señora que vende guayabas, una iglesia cerrada con su colosal puerta. El color más corriente en la feria, era el del arcoiris. Paso a más tarde y cansado ya estaba, había reído con mis amigos, preguntando a algunos visitantes como yo de acuerdo al tema del medio ambiente y de cómo valora la acción de las instituciones en pro del ambiente medio.
Postrado yo, en una banca del parque central construido en 1991, año en que se celebró el centenario. Según un letrero de concreto se llama 15 de Julio, hecho por la Alcaldía. Al rato, me puse a ver pasar a hermosas chicas de ojos azules de cómo normal suceso en ese departamento, un árbol frondoso, varios vendedores de raspados, hasta que se me antojó dar vuelta y ver atrás. Allí estaba yo, viendo lo que no quería ver, lo que muchos creamos sin conciencia y con ella, era la realidad absoluta, la únicaparte de tierra, en su día estaba totalmente sucia. Era un parque quizás ordinario y reiterativo en comparación a otros de Managua, los resbaladeros, los famosos columpios, el sube y baja, todo hecho un desastre, el lodo, con bolsas de basura que tardan mil años en desaparecer, esa era mi visión, era la de todos que ya con normalidad atendemos.
“Cansados y mal benditos sean los que destruyan mi hogar” decía un indígena, hoy digo yo porqué hablamos y celebramos a la madre tierra cuando yo mismo me encargo en descuidarla, si la tierra fuera una mujer o un hombre, estaría en pleno acto violento, golpeados, sin una pierna, a pelo corto, otros marcados con nombre de árboles, imagino a una chica o a un chico con un tatuaje en la espalda, que diga madroño. Sangrados están mis ojos de ver la intolerancia ambientalista, extraño ver a las mariposas nacer, algún día sino ya, la naturaleza conspirará por mí, vendrá a traerme y me llevará al cielo y me daré cuenta que el árbol de mango más grande de Rivas era algo muy importante para mí.
Las instituciones hablan tanto de la responsabilidad social con el medio ambiente, pero se les olvida que eso también les ayuda, pues dentro de cualquier empresa, también hay humanos, ellos sólo quieren ser más, pero seguro que sí un árbol que cae en la carretera será difícil mover, no nos metamos a la parte verde del mapa, nuestros proyectos tienen más connotaciones negativas que positivas. El parque no me divierte más si observo una vez más al broder de vestimenta roja, la del logo de una pelotita, que utilizan el término menos indicado para ellos, él, compró un plato de comida, ahora y al terminar lo tira al cielo y cae en el resbaladero, hasta llegar al lodo, allí donde Juanito juagaba antes, allí donde ya no hay nada más que basura.
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